jueves, 26 de enero de 2017

26 de Enero: "Esa dama". Kate O' Brien



ESA DAMA, KATE O’BRIEN.

Portada de Esa Dama, de Kate O'Brien (1946)




1. Novela histórica (Biblioteca Nacional de España).

Se entiende por novela histórica aquella que, siendo una obra de ficción, recrea un periodo histórico preferentemente lejano y en la que forman parte de la acción personajes y eventos no ficticios. Debe distinguirse por tanto entre la novela histórica propiamente dicha, que cumple estas condiciones, y la novela de ambientación histórica, que presenta personajes y eventos ficticios ubicados en un pasado con frecuencia remoto. Puede establecerse una distinción más con lo que se ha denominado la historia novelada, en que la historia es narrada con estrategias propias de la novela, aunque sin incluir elementos de ficción;



Si bien existen obras anteriores de tema histórico que con frecuencia se asocian al género, suele entenderse que la novela histórica nace en el siglo XIX, en el marco del Romanticismo, de la mano del escocés Walter Scott (1771-1832). Scott publicó una serie de novelas ambientadas en la Edad Media inglesa en cuyas páginas se incluían eventos y personajes de la época, de las cuales la primera fue Waverley (1814) y la más popular Ivanhoe (1819), cuya acción transcurre en la Inglaterra del siglo XII, en la época de la dominación de los normandos. Este tipo de novela, que obtuvo rápidamente una gran popularidad, respondía al deseo de nacionalismo y exaltación del pasado, propio del movimiento romántico. Durante este periodo gran cantidad de autores en Europa y América se lanzaron a la producción de novelas históricas. Así, puede hablarse de autores como el francés Víctor Hugo, el italiano Alessandro Manzoni, el alemán Theodor Fontane, los rusos Aleksandr Pushkin y Lev Tolstoï, el norteamericano James Fenimore Cooper o el polaco Hernyk Sienkiewicz, autor de la célebre Quo vadis?, hoy quizá más conocida por su adaptación cinematográfica. 

También el movimiento realista, que siguió al romántico, dio a la luz novelas históricas
destacadas con autores como Gustave Flaubert. 

Posteriormente, el género ha pasado por periodos de mayor o menor fecundidad, gozando actualmente de una popularidad extraordinaria. A lo largo del siglo veinte, con momentos de esplendor y decadencia, la novela histórica se ha ido adaptando a la evolución narrativa que ha experimentado el género novelístico, introduciendo todo tipo de novedades formales. En este siglo han surgido autores de verdaderos “clásicos” del género, tales como Yo, Claudio, de Robert Graves, o Memorias de Adriano, de Marguerite Yourcenar, por citar dos ejemplos inspirados en la Antigüedad clásica. La Edad Media, por su parte, ha dado lugar a una prolífica producción, entre la que se cuentan best sellers de la talla de Los pilares de la tierra, de Ken Follet, y ejemplos con mayor carga erudita como El nombre de la rosa, de Umberto Eco.

En España, un primer periodo dio a la luz un buen número de obras relevantes para el género, con autores como Mariano José de Larra, José de Espronceda, Enrique Gil y Carrasco y, posteriormente, Benito Pérez Galdós, con sus recientemente reeditados Episodios nacionales. En la actualidad existe una abundante producción de novela histórica en nuestro país y abundantes obras recrean acontecimientos tales como la Segunda República y la Guerra Civil (con ejemplos destacados como la celebrada Soldados de Salamina, de Javier Cercas) o bien la España del Siglo de Oro (de la que es un buen representante la serie El capitán Alatriste, de Arturo Pérez Reverte), entre otros.

Junto a la novela, a lo largo del siglo XX ha ido desarrollándose lo que podríamos denominar el cómic histórico. Esta variante ha ofrecido su particular visión, en los estilos gráficos más variopintos, de diversos periodos históricos: desde la Galia (no) romana de Las aventuras de Astérix, de Albert Uderzo y René Goscinny, al horror de los campos de concentración nazis de Maus, de Art Spiegelman. En España el cómic histórico ha privilegiado épocas remotas, con ejemplos como El Jabato, centrado en la Hispania romana.


2. Selección de novelas históricas sobre la Edad Moderna según la BNE:

Coloma, Luis (1851-1914)
Jeromín. - Madrid : Debate, 2000
Eslava Galán, Juan (1948-)
En busca del unicornio. - Barcelona : Planeta, 1988. (Colección Autores españoles e hispanoamericanos)
Gordon, Noah (1926-)
El último judío / [traducción de Mª Antonia Menini] . - Barcelona : Ediciones B, 1999.
Madariaga, Salvador de (1886-1978)
El corazón de piedra verde. - Barcelona : Salvat, 1995.
Mujica Láinez, Manuel (1910-1984)
Bomarzo. - Barcelona : Círculo de Lectores, [1997].
O'Brien, Kate
Esa dama / [traducción, María José Rodellar]. - Barcelona : Salvat, [1994].
Passuth, László (1900-1979)
El Dios de la lluvia llora sobre Méjico /traducido del húngaro por Judit Xantus. - Barcelona : El Aleph, 2003.
Pérez-Reverte, Arturo (1951-)
El capitán Alatriste/ Arturo y Carlota Pérez-Reverte. - Madrid : Alfaguara, 2001.
Posse, Abel
Los perros del paraíso. - Barcelona : Plaza & Janés, 1993.
Roa Bastos, Augusto (1917-2005)
Vigilia del almirante. - Madrid : Alfaguara, [1992].
Sender, Ramón J. (1901-1982)
La aventura equinoccial de Lope de Aguirre. - Barcelona : Bruguera, 1983.
Carolus Rex. - Barcelona : RBA, D.L. 1994.
Serrano Poncela, Segundo (1912-1976)
El hombre de la cruz verde: novela. - [Andorra la Vella : Edit. Andorra, 1970].
Shellabarger, Samuel (1888-1954)
Capitan de Castilla: novela histórica / [traducción de Juan Rodríguez Ch.]. - Madrid : Edic. Siglo XX, [Escelicer, S. L., 1949].
Stone, Irving (1903-1989)
La agonía y el éxtasis / [traducción, M.C.]. - Barcelona : Emecé, D.L. 1996.
Torrente Ballester, Gonzalo (1910-1999)
Crónica del rey pasmado. - Barcelona : Planeta, D.L. 1994.



3. Kate O’Brien (Limerick, 1897 - Canterbury, 1974). Cursó sus estudios universitarios en el University College de Dublín y, más tarde, fijó su residencia en Inglaterra. Durante la década de los años veinte se dedicó al periodismo y realizó diversos viajes. Residió en España durante algún tiempo, lo que le permitió adquirir el profundo conocimiento de la realidad española que muestran algunas de sus obras: Farewell Spain (Adiós España, 1937), Esa dama (1946) y Teresa de Ávila (1951).

Se dio a conocer en 1926 con una pieza teatral, Distinguished Villa, a la que siguieron otras, estrenadas con éxito. Escritora prolífica, sus novelas, que gozaron de gran popularidad, reflejan a menudo los conflictos de la clase media irlandesa y tratan temas de la sexualidad femenina (varios de ellos exploran los temas gay/lesbiana), habiendo sido prohibidos en Irlanda. 

Entre su vasta obra narrativa cabe destacar los volúmenes Without my Clock (1931), reconstrucción de la vida provinciana en la Irlanda de principios de siglo, obra por la que la autora recibió varios galardones; The Land of Spices (1941); Esa dama (1946), historia de la princesa de Éboli; Pasiones rotas; Mary Lavelle; Sin mi capa; Flor de mayo (1953); Como música y esplendor (1958) y My Ireland (1962).








4. Esa dama (1946):
Género: Novela histórica (siglo XVI, reinado de Felipe II), ficción sicológica moderna
Tema: Tensión entre los espacios público y privado
            Necesidad de una ética personal frente a la moralidad rígida que la sociedad impone
            Pecado y adulterio
            ¿Enfrentamiento al fascismo?
            Lucha de una mujer por mantener su identidad en una sociedad cerrada e hipócrita
            Absurdo y falsedad imperantes en la España imperial del S. XVI “donde no se ponía el sol”

Líneas argumentales:
            La muerte de Escobedo (30 de mayo 1578)
            El triángulo “amoroso” Ana de Mendoza/Felipe II/Antonio Pérez

Personajes: Ana de Mendoza, viuda de Ruy Gómez da Silva
                     Felipe II (autojustificación, pág.97; poder (pág. 99); justificación divina del crimen (págs.100 y 101). Su esposa, Isabel de Valois
         Antonio Pérez, Juana
         Bernardina
         Hijos: Ana, Rodrigo, Ruy, Fernando, Ana Magdalena (casada con Alonso Medina-Sidonia), Diego (casado con Luisa de Cárdenas),
                      Vélez
                      Mateo Vázquez
                      Escobedo
          Juan de Austria Jeromín
                      Gaspar de Quiroga, Arzobispo de Toledo y Cardenal
                      Otros personajes famosos: Marqués de Santillana (pág. 91), Enrique VIII de Inglaterra (pág. 293)

Felipe II (Sánchez Coello)



Antonio Pérez (Sánchez Coello)
(Isabel II Sánchez Coello)


Características estilísticas:
            Narrador omnisciente
            Numerosos puntos de vista (muy actual)
            Retrato sicológico sobre un fondo histórico
            Escasa acción, estructura teatral, siempre localizada en interiores; dos lugares (Madrid y Pastrana)
            Simbología de la consideración social de la mujer: el ojo tuerto de Ana y el titulo, despectivo, “esa dama”, sin pronunciar su nombre que Felipe II le adjudicó, la habitación en la que se desarrolla la mayor parte de la novela y en la que Ana es condenada por su adulterio a pasar el resto de su vida
Profundidad en la descripción sicológica y evolución de los personajes principales, especialmente Ana y Felipe
Profundidad en la descripción de la ruina moral, corrupción e hipocresía de la España de la época (páginas 32, 291, 342)
            Descripción casi  pictórica de interiores: importancia del retrato.



5. La Historia real:

Ana de Mendoza (1540-1592)






La biografía de la aristócrata Ana de Mendoza está llena de misterios. Desde el parche que lució con orgullo y elegancia desde su infancia hasta su reclusión en su propia casa en Pastrana ordenada por el mismísimo rey Felipe II pasando por su oscura relación con el secretario de estado Antonio Pérez, enturbiaron la vida de esta grande de España.

La heredera tuerta

Ana de Mendoza y de la Cerda era la única hija de don Diego Hurtado de Mendoza y de la Cerda y doña María Catalina de Silva y Toledo. Nacida el 29 de junio de 1540, Ana recibió una exquisita educación. Poco se sabe de su infancia, en la que presenció los constantes conflictos entre sus padres. Fue en aquellos primeros años cuando empezó a usar un parche en su ojo derecho. Una caída, una mala estocada jugando a esgrima o un defecto en el ojo, lo cierto es que nunca se supo con seguridad la razón por la que Ana ocultó siempre en público esta parte de su cara. Algo que por otro lado parece ser que no le importó pues lució su defecto con dignidad e incluso dejó inmortalizarse con él. 

Isabel II (Anónimo)


Matrimonio por orden real

Fue el propio rey Felipe II quien decidió con quien debía casarse una de las herederas más importantes de los reinos españoles. Para ello eligió a Ruy Gómez da Silva, un noble segundón de origen portugués que había llegado a la corte castellana con el séquito de la emperatriz Isabel, madre de Felipe II. Convertido en secretario y hombre de confianza del rey prudente, este no dudó en entregarle a Ana como esposa.

El matrimonio se celebró en 1552, cuando Ana era una niña de 12 años por lo que la relación no se consumó hasta años más tarde. Ruy había recibido del rey el principado de Éboli en el reino de Nápoles por lo que él y su esposa ostentarían el título de príncipes. Ana aportó al matrimonio el título de Condes de Mélito cedido por su padre. Tras años de ausencia por razones de Estado, Ruy volvió al lado de su esposa en 1559. A partir de ese momento y hasta la muerte de él, sería una pareja feliz y estable de la que nacieron diez hijos.
La viuda monja

La desaparición de su marido trastocó a la joven viuda quien se dispuso a ingresar en el convento de las carmelitas de Pastrana que años antes había erigido Santa Teresa en aquella localidad. Si en aquel tiempo, la santa ya se había enfrentado con la princesa por su entrometimiento en la construcción de dicho convento, su intento de convertirse en monja no agradó para nada a Teresa. Tras un rocambolesco ingreso en la clausura, en la que Ana quiso imponer sus propias normas alejadas de la rigidez y austeridad de las carmelitas, la princesa volvió de nuevo a la corte de Madrid.


Antonio Pérez, una peligrosa amistad

Tras la muerte de su marido, Ana inició una extraña relación con el entonces secretario de estado, Antonio Pérez. Aunque no está probado que fueran realmente amantes, lo cierto es que establecieron una estrecha amistad a espaldas del rey.

Su relación con Antonio hizo que se viera envuelta voluntaria o involuntariamente en el misterioso asesinato de Juan de Escobedo. Este era el secretario de Juan de Austria, hermano bastardo de Felipe II, quien a las órdenes del rey había ido a Flandes a intentar apaciguar la conflictiva situación que en aquellos territorios hacía tiempo no se solucionaba. Parece ser que Antonio Pérez había descubierto extraños movimientos de Juan y su secretario con la intención de establecer una alianza matrimonial con la reina de Escocia, María Estuardo, en un complot para derrocar a su hermanastro.

Las cuestiones políticas se unieron a las personales cuando Juan de Escobedo descubrió la relación entre la princesa de Éboli y Antonio Pérez. Amenazando a la pareja con descubrirlos ante el rey, Escobedo fue encontrado muerto de varias estocadas tras varios intentos de asesinato por envenenamiento.

Si el asesinato del secretario de Juan de Austria fue ordenado por el mismo rey o fue obra personal de Antonio Pérez, nunca se demostró. Lo que sí es cierto es que en paralelo a un juicio contra Pérez, quien terminaría huyendo a Aragón, Ana fue encerrada por orden del rey en 1579 en la Torre de Pinto para más tarde ser trasladada a la fortaleza de Santorcaz. Dos años después se le permitiría volver a sus dominios de Pastrana donde, en su Palacio Ducal sufriría una reclusión hasta su muerte. La crueldad con la que fue tratada Ana de Mendoza por el otrora amigo personal Felipe II fue lo que pudo despertar las sospechas de un amor secreto por parte del rey hacia la princesa.


Ana de Mendoza vivió los diez últimos años de su vida tras las rejas de su propia casa acompañada de su hija pequeña, quien también llevaba su nombre. Esta pequeña Ana, quien tras la muerte de su madre se haría monja, estuvo a su lado cuando falleció el 2 de febrero de 1592.
Sólo entonces salió de su reclusión para ser enterrada junto a su esposo Ruy en la Colegiata de Pastrana.

Palacio Ducal de Pastrana donde Ana de Mendoza vivió recluida los últimos años de su vida. A la derecha puede verse una de las ventanas enrejadas.




- Felipe II: Valladolid, 1527 - El Escorial, 1598), Rey de España (1556-1598). 

A excepción del Sacro Imperio Germánico, cuya corona cedió a Fernando I de Habsburgo, el rey y emperador Carlos V legó todas las posesiones europeas y americanas que constituían el Imperio español a su hijo Felipe II, que pasó a ser entonces (como ya lo había sido su progenitor) el monarca más poderoso de la época. Hombre austero, profundamente religioso y perfectamente preparado para las labores de gobierno, a las que consagró todas sus energías, «el Rey Prudente» asumió como deber insoslayable la defensa de la fe católica, y combatió tanto la propagación de la Reforma protestante en Europa como los avances del Imperio Otomano en el Mediterráneo.

De este modo, aun sin aquella aspiración a formar un Imperio cristiano universal que guió los pasos de su padre, Felipe II hizo de nuevo frente a los turcos, a los que derrotó en la batalla de Lepanto (1571), y extendió hasta dimensiones nunca vistas los dominios del Imperio español con la incorporación de Portugal y de sus colonias africanas y asiáticas. Pero los designios de consolidar la hegemonía en Europa toparon, como ya había ocurrido en el reinado de Carlos V, con la expansión del protestantismo y la oposición de las potencias rivales: las campañas militares para frenar las revueltas protestantes de los Países Bajos desangraron la hacienda española, y el intento de someter a Inglaterra se saldó con la derrota de la «Armada Invencible» (1588), fracaso en el que suele situarse el inicio de la posterior decadencia española.

Biografía

Sus maestros le inculcaron el amor a las artes y las letras, y con Juan Martínez Silíceo, catedrático de la Universidad de Salamanca, el futuro soberano aprendió latín, italiano y francés, llegando a dominar la primera de estas lenguas de forma sobresaliente. Juan de Zúñiga, comendador de Castilla, lo instruyó en el oficio de las armas. A los once años quedó huérfano de madre, lo que lo afectó hondamente y marcó para siempre su carácter taciturno.

El joven Felipe participó personalmente en la defensa de Perpiñán con sólo quince años, y a los dieciocho había tenido su primer hijo, Carlos, y había quedado viudo de su primera esposa, su prima doña María Manuela de Portugal. Durante el reinado de su padre asumió varias veces las funciones de gobierno (bajo la tutela de un Consejo de Regencia) por ausencia del emperador, en ocasiones en que la atención de Carlos V era absorbida por conflictos en los Países Bajos (1539) o en Alemania (1543), adquiriendo de esta forma una experiencia directa que complementó los valiosos consejos de su progenitor.


En 1554, el rey y emperador Carlos V le transfirió la corona de Nápoles y el ducado de Milán. Ese mismo año, la boda con María Tudor convirtió a Felipe II en rey consorte de Inglaterra. Finalmente, el fatigado emperador resolvió abdicar en favor de Felipe II, que entre 1555 y 1556 recibió las coronas de los Países Bajos, Sicilia, Castilla y Aragón. Austria y el Imperio Germánico fueron entregados al hermano menor de Carlos V, Fernando I de Habsburgo, quedando separadas las ramas alemana y española de la Casa de Habsburgo.

El Imperio Español bajo Felipe II


Felipe II modernizó y reforzó la administración de la monarquía hispana, apartándola de las tradiciones medievales y de las aspiraciones de dominio universal que habían caracterizado el reinado de su padre. Los órganos de justicia y de gobierno sufrieron notables reformas, al tiempo que la corte se hacía sedentaria (capitalidad de Madrid, 1560). Desarrolló una burocracia centralizada y ejerció una supervisión directa y personal de los asuntos de Estado. Pero las cuestiones financieras le sobrepasaron, dado el peso de los gastos militares sobre la maltrecha Hacienda Real; en consecuencia, Felipe II hubo de declarar a la monarquía en bancarrota en tres ocasiones (1560, 1575 y 1596).

Alrededor del rey se disputaban el poder dos «partidos»: el de Fernando Álvarez de Toledo, duque de Alba, y el que encabezaron primero Ruy Gómez de Silva, príncipe de Éboli, y más tarde Antonio Pérez. Las luchas entre ambas redes se exacerbaron a raíz del asesinato del secretario Escobedo (1578), culminando con la detención de Antonio Pérez y el confinamiento del duque de Alba. Desde entonces hasta el final del reinado dominó el poder el cardenal Granvela, coincidiendo con la época en que, gravemente enfermo, el rey se alejó de los asuntos de gobierno y delegó parte de sus atribuciones en las «Juntas» de nueva creación.



La política exterior

La división de la herencia de Carlos V facilitó la política internacional de Felipe II: al pasar el Sacro Imperio Germánico a manos de Fernando I de Habsburgo, España quedaba libre de las responsabilidades imperiales. En política exterior, Felipe II hubo de abandonar el proyecto de alianza con Inglaterra a causa de la temprana muerte de María Tudor (1558). Las victorias militares de San Quintín (1557) y Gravelinas (1558) pacificaron el recurrente conflicto con Francia (Paz de Cateâu Cambrésis, 1559); el pacto quedó reforzado con el matrimonio de Felipe II con la hija de Enrique II de Francia, Isabel de Valois. Los inicios de su reinado no podían ser más prometedores: Francia, que había sido la perpetua potencia rival de Carlos V, dejaba de ser el principal problema para España.

En consecuencia, Felipe II pudo orientar su política exterior hacia el Mediterráneo, encabezando la empresa de frenar el poderío islámico representado por el Imperio Otomano; esta empresa tenía tintes de cruzada religiosa, pero también una lectura en clave interna, pues Felipe II hubo de reprimir una rebelión de los moriscos de Granada (1568-1571), musulmanes de sus propios reinos que habían apelado al auxilio turco. Para conjurar el peligro, Felipe formó la Liga Santa, en la que se unieron a España Génova, Venecia y el Papado. La resonante victoria que esta alianza cristiana obtuvo sobre los turcos en la batalla naval de Lepanto (1571) quedó reafirmada en los años posteriores con las expediciones al norte de África.

La batalla de Lepanto


A finales de la década de 1570, distraída la atención de los turcos por la presión persa en el este, disminuyó la tensión en el Mediterráneo. Ello permitió a Felipe II reorientar su política hacia el Atlántico y atender a la grave situación creada por la sublevación de los Países Bajos contra el dominio español, alentada por los protestantes desde 1568; a pesar del ingente esfuerzo militar que dirigieron, sucesivamente, el duque de Alba, Luis de Requeséns, don Juan de Austria y Alejandro Farnesio, las provincias del norte de los Países Bajos se declararon independientes en 1581 y ya nunca serían recuperadas por España. 

La orientación atlántica de la Monarquía dio como fruto la anexión del reino de Portugal a España en 1580. Aprovechando una crisis sucesoria, Felipe II hizo valer sus derechos al trono lusitano mediante la invasión del país, sobre el que reinó como Felipe I de Portugal, sometiéndolo a la gobernación de un virrey. Con la incorporación de Portugal y, en consecuencia, de sus numerosas posesiones en África y Asia, el Imperio español alcanzó su mayor expansión territorial: la península, los dominios europeos y mediterráneos y las colonias españolas y portuguesas en América, África, Asia y Oceanía componían aquel vasto imperio en el que nunca se ponía el sol. 

Aprovechando las guerras de religión, el monarca español se permitió también intervenir entre 1584 y 1590 en la disputa sucesoria francesa, apoyando al bando católico frente a los protestantes de Enrique de Navarra (el futuro Enrique IV de Francia). Felipe II intentó sin éxito poner en el trono francés a su hija Isabel Clara Eugenia, nacida de su matrimonio con la hija de Enrique II de Francia, Isabel de Valois, pero consiguió que Enrique IV abjurase del protestantismo (1593), quedando Francia en la órbita católica.

La mayor presencia española en el Atlántico acrecentó la tensión con Inglaterra, manifestada en el apoyo inglés a los rebeldes protestantes de los Países Bajos, el apoyo español a los católicos ingleses y las agresiones de los corsarios ingleses (con el célebre Francis Drake a la cabeza) contra el imperio colonial español. Todo ello condujo a Felipe II a planear una expedición de castigo contra Inglaterra, para lo cual preparó la «Grande y Felicísima Armada», que, a raíz de su fracaso, fue burlescamente rebautizada como la «Armada Invencible» por los británicos. 

Compuesta por ciento treinta buques, ocho mil marineros, dos mil remeros y casi veinte mil soldados, la Armada zarpó del puerto de Lisboa en mayo de 1588 con destino a Flandes, donde las tropas habían de engrosarse aún más. En su primer encuentro con el enemigo en el mes siguiente se demostró fehacientemente la superioridad técnica de los ingleses, cuya artillería aventajaba de manera notoria a la española. Tras algunas desastrosas batallas en el mar del Norte, la Armada regresó, pero en el camino de vuelta halló fuertes galernas que provocaron numerosos naufragios y terminaron de malbaratar la expedición. Es fama que, enterado de este descalabro, compungido y contrariado, Felipe II exclamó: «No envié mis naves a luchar contra los elementos». 

Con la derrota de la Invencible se iniciaba la decadencia del poderío español en Europa. Tal declive coincidió con la vejez y enfermedad de Felipe II, cada vez más retirado en el palacio-monasterio de El Escorial, construido bajo su impulso entre 1563 y 1584. Al morir le sucedió Felipe III, hijo de su cuarto matrimonio (con Ana de Austria). El primer heredero varón que tuvo (el incapaz príncipe Carlos, hijo de su primer matrimonio con María Manuela de Portugal) había muerto muy joven encerrado en el Alcázar de Madrid y, según la «leyenda negra» que alentaban los enemigos de Felipe II, por instigación de su padre.
 

La boda de Felipe II



6. Patología ocular de Ana de Mendoza:

Antonio Pérez desde el destierro dijo de ella:
«… no hay leona más fiera ni fiera más cruel que una linda dama… Como de tal se ha de huir…»
Don Hernando de Toledo, hijo del duque de Alba, en una carta escrita en 1573 a Juan de Albornoz, dice:
«Anoche, a la una, estaban unas damas en una ventana tratando de qué traería el ojo la princesa de Eboli: la una decía que de bayeta; otra, que, de verano, lo traería de anacoste, que era más fresco…».
Tanto la bayeta (tela de lana poco tupida y de textura elástica) como el anacoste (tela delgada de lana fabricada en Normandía) son las telas con las que estaría hecho el parche ocular.
Don Juan de Austria escribió una carta a su amigo don Rodrigo de Mendoza en la que daba recuerdos a sus amigos de la corte:
«…a mi tuerta beso las manos y no digo los ojos, hasta que no la escriba a ella; que se le acuerde deste su amigo que lo es agora suyo…».
Poco antes de su cautiverio aparece el apodo de «animal imperfecto» en algunas cartas, posiblemente haciendo referencia al defecto físico.
En un manuscrito inmediatamente posterior a la muerte de la Princesa, se dice:
«…muy gallarda mujer, aunque fuera tuerta».

Análisis de la patología ocular

Si bien no existe testimonio alguno, la gran mayoría de los biógrafos recogen la historia de un posible traumatismo producido por el florete de un paje con el que jugaba a esgrima. Otros autores refieren la posibilidad de un traumatismo secundario a la caída de un caballo a la edad de 14 años en Valladolid.

Si se hubiera tratado de patología congénita como microftalmos, glaucoma o catarata congénitos o algún tipo de tropia o leucoma corneal desarrollados en la infancia, muy posiblemente habría sido reflejado en las descripciones de sus biógrafos y contemporáneos. A la edad de 13 años, cuando se realizan las capitulaciones matrimoniales, no se expresa en ningún testimonio signo alguno de patología ocular, que habría sido una evidencia. Este hecho avalaría el posible posterior traumatismo difundido sobre su persona, aunque sin existir registro ni constancia del mismo.
  

Opinión del Dr. Gregorio Marañón

El Dr. Marañón al estudiar los cuadros de la Casa del Infantado llega a la conclusión de que se trata de una «nube externa o leucoma que da al ojo un peculiar aspecto lechoso» ya que podría traslucirse desde el parche. Realmente no se aprecia claramente un leucoma ya que la tela no es del todo transparente e impide ver esta lesión, aunque parece que en uno de los cuadros se presenta en el sector corneal temporal.

Lo que se aprecia de forma más clara en alguno de ellos es la córnea con el ojo en las endotropía e hipotropía descritas y el sector temporal más blanquecino al ser toda la esclera temporal expuesta y visible (el «aspecto lechoso» referido).

El origen de esta lesión, según Gregorio Marañón, puede ser traumático, hecho que coincidiría con la leyenda del florete o un origen infeccioso, por ejemplo una queratitis escrofulosa o sifilítica.

Para este autor la Princesa presenta, además del aspecto lechoso, «una evidente desviación forzada del globo ocular hacia la izquierda». Esta endotropía sería secundaria a la pérdida de visión del ojo y atrofia progresiva del mismo.

Refiere el Dr. Marañón que «el estrabismo interno del ojo derecho es la razón de por qué la mirada del ojo sano es un poco forzada en relación a la posición de la cabeza, para coincidir con la dirección del estrábico y no acusar el defecto de éste».

Realmente no es una posición forzada sino una versión izquierda normal al mirar al pintor y tener la cabeza girada unos 30 grados, quizás para alinear los ojos y disimular parcialmente el estrabismo del ojo derecho, como se ha expuesto anteriormente.
  
Conclusiones:

Parece evidente que la Ana de Mendoza presentaba algún tipo de patología ocular que le hacía ocultar el ojo derecho bajo un parche.

Podría tratarse de un proceso secundario a un traumatismo inciso-contuso con pérdida de visión y atrofia progresiva del globo ocular y órbita derechos y endotropía e hipotropía reactivas por la afuncionalidad del órgano.

El hecho es que ha pasado a la historia por su extraordinario carácter, por su atractiva personalidad y por su enig´mática belleza nada alterada por el parche misterioso.





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